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Consecuencias del Pecado Original en la Vida Familiar

Por: Rommel Andaluz Arrieche

 

Consecuencias del Pecado Original en la Vida Familiar

 

«El pecado original produce cuatro rupturas análogas a las relaciones fundamentales:

Con Dios: como se ve en el texto del Génesis cuando el hombre le dice “te oí andar por el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo y me escondí” (Gen 3, 10) se esconde de Dios;

Consigo mismo: ya que se llena de vergüenza cuando antes no tenía este sentimiento de estar descontento consigo mismo;

Con su compañera: culpándola y culpando a Dios por su propia caída, haciéndose irresponsable de ella: “la mujer que tú me diste” (Gen 3, 12), tal como hará después Caín al decir “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Gen 4, 9);

Finalmente rompe con la tierra: que se hará maldita por su causa y sólo le producirá cardos y espinas, el cansancio natural y sano del trabajo se vinculará a la muerte (Gen 3, 16 ss.)» (1).

 

Desde la perspectiva de estas cuatro rupturas, algunas de las consecuencias del pecado original en la vida y dinámica familiar son las siguientes:

 

Con Dios:

 

Esta ruptura se evidencia en la escasa preparación espiritual, poca oración y baja frecuencia de sacramentos en la que viven muchísimas familias. De hecho, suele ser común que se dedique poco tiempo y esfuerzo a la preparación interior para el matrimonio, que es el inicio de la familia. Si se recibe el sacramento del matrimonio con unas disposiciones interiores tan pobres, no ha de extrañarnos que luego no se vivan fielmente, cara a Dios, las exigencias propias de ese estado de vida.

 

Es común que no exista una preocupación y empeño sinceros de parte de los esposos en buscar el trato con el Señor. Se hace poco o nada de oración en la mañana, al comenzar el día, y en la noche, antes de irse a dormir. El resultado es que las dificultades ordinarias no se afrontan con optimismo y alegría sino con pesimismo, amargura y tedio.

 

Se retrasa innecesaria e irresponsablemente el Bautismo de los hijos y no se les habla de Dios ni se les enseña a orar. Los esposos participan pocas veces de la Santa Misa dominical y, en consecuencia, lo mismo ocurre con los hijos.

 

En lugar de ser confiada y cercana la relación con Dios, se hace fría y distante. Dios es considerado como una realidad abstracta, algo accesorio en la vida. En tal caso, se acudirá a Él en situaciones apremiantes o grandes reveses de la vida, pero no para implorarle humildemente su ayuda o su consuelo sino para “exigirle” que tiene que concedernos esto o aquello, o simplemente para “reprocharle” que haya permitido tal o cual sufrimiento.

 

Consigo mismo:

 

Tanto el varón como la mujer experimentan en su propia persona la contrariedad interior de anhelar el bien y la felicidad por una parte y por otra, traicionar o sabotear esos mismos anhelos al ceder a los desórdenes de sus propias pasiones, a sus arranques de mal genio, a su egoísmo, etc.

 

La soberbia le hace pensar que es capaz de alcanzar cualquier cosa que se proponga. Sin embargo, su inteligencia se ha hecho torpe descubrir la verdad, y aun alcanzándola e identificando el bien, su voluntad se muestra lenta y perezosa en poner por obra dicho bien. Se sucumbe fácilmente al capricho de momento incluso entreviendo que así se hipoteca la consecución de las grandes metas asociadas a los auténticos valores.

 

Termina así el hombre por experimentar una sensación de profunda soledad y desazón que le suelen llevar a una actitud apocada, a un humor agrio y una mirada cargada de incertidumbre y pesimismo respecto a la tarea de vida que tiene por delante. Se ve a sí mismo como una pequeña isla de un archipiélago, adentrándose así en una actitud de autosuficiencia y egoísmo que le cierran y empobrecen el horizonte. De este modo, en lugar de estar alegre y abierto a los demás se queda en la actitud triste y mezquina del “yo, para mí, conmigo”.

 

Con su compañera:

 

El varón tiende a ver a la mujer ya no como “carne de su carne” sino como un oponente en una competición. Se descuida la solidaridad para dar paso al deseo de prevalecer sobre el otro. La mujer entonces no quiere “quedarse atrás” y procura por todos los medios “realizarse” buscando ante todo el avance académico, profesional y económico para “demostrar” que ella sí vale y que no es menos que él.

 

En lugar de vivir la belleza de la entrega, del compartir juntos, cada uno empieza a reclamar cada vez más “su espacio”. Empieza así cada uno a darse licencia para tratar con frecuencia a personas del sexo complementario, con la consecuente posibilidad de llegar a engancharse emocional y sentimentalmente. Es común que terminen “descubriendo” un “nuevo amor” -en realidad, una relación pasional desenfrenada- pensando que ahora sí van a ser felices.

 

No es raro que se sientan incómodos el esposo con la esposa o con los hijos. Los demás le parecen “frenos y cargas” que les impiden “avanzar” en su vida. Les vienen ideas de separarse a los esposos pero a veces no lo hacen debido a asuntos meramente económicos, presupuestarios. Ya no les une un amor verdadero sino lo que podríamos llamar un “egoísmo coincidente”, porque cada uno piensa sólo en sí mismo pero constata que la presencia del otro es “materialmente útil” para conseguir sus fines egoístas.

 

A todas estas, los hijos pasan a ser el “público asistente” de este triste espectáculo. Con los años, el “público asistente” ha visto infinidad de malos ejemplos y ha llegado a asumir que “así son las cosas”. Es decir, ya han sido programados para repetir ese nefasto “estilo de vida” -más bien, un “estilo de muerte”- en las familias que ellos formarán más adelante.

 

Finalmente rompe con la tierra (el cosmos en general):

 

El mundo en que vivimos, la naturaleza que nos rodea, no es ya un hermoso regalo recibido de Dios que se debe valorar y proteger, no; es simple y llanamente un conjunto de bienes materiales de los que hay que servirse como a cada quien le plazca. No importa si se causa daño a la naturaleza, si se malbaratan los recursos; aquí lo que importa es “pasárselo bien” a como dé lugar.

 

La riqueza material se presenta ante el hombre como un nuevo “dios”, aunque no el único. Y es que el hombre se convierte en politeísta, pues ahora adora a varios “dioses”: el dinero, el placer, la fama, etc. De este modo, se invierte completamente el sentido y uso que ha de darse a los bienes materiales, y en lugar de servirse de ellos como simples medios se esclaviza a ellos considerándolos fines en sí mismos.

 

Esta relación de apego y esclavitud respecto a los bienes terrenales le mantiene ocupado sólo de sí mismo, de tal manera que confunde la felicidad, que es estable y está vinculada a la práctica de la virtud, con el simple bienestar, que es efímera y está asociada a la posesión y disfrute momentáneo de cosas materiales.

 

Como puede verse, las consecuencias del pecado original en la vida y dinámica familiar son devastadoras y, por ello, nos ponen frente a un panorama triste, desolador. Con cuánta claridad entendemos aquello que el Catecismo de la Iglesia nos enseña: "Sin el Creador la criatura se [...] diluye" (2).

 

Afortunadamente, luego de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, el hombre puede sobreponerse a estos descaminos y ser realmente feliz, pero siempre con gran esfuerzo y apoyándose en la gracia de Dios.

 

Bibliografía:

 

  1. Rodríguez, J.M., y Castro, R. (2016). Guía principal de estudio del Programa de Especialización en Familia. Curso I: Antropología y Familia. Capítulo II: Persona Humana. Arequipa: Universidad Católica San Pablo. Instituto para el Matrimonio y la Familia.
  2. Catecismo de la Iglesia Católica (n. 49).

 

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