Autor: Rommel Andaluz Arrieche
En las líneas que siguen explicaremos qué son cada uno de los servicios terapéuticos que constituyen el núcleo de la labor que realizamos.
La orientación familiar es una forma de psicoterapia dirigida a fortalecer las capacidades y los vínculos que unen a los miembros de un mismo sistema familiar, con la finalidad de que éstos resulten sanos, eficaces y capaces de promover el crecimiento personal de cada uno de los miembros de la familia y de sus lazos afectivos y emocionales.
Para abarcar en su totalidad el amplio alcance que tiene la orientación familiar, las acciones pueden estar dirigidas a:
Prevenir: con la finalidad de evitar posibles conflictos intrafamiliares mediante la promoción del desarrollo de una adecuada interacción entre los miembros de la familia. Esta hermosa labor es predominantemente educativa y formativa, y ponemos todo nuestro esfuerzo en transmitir los valores cristianos y las virtudes humanas, tomando como modelo la Sagrada Familia. Dado que la práctica de las virtudes y el crecimiento personal deben no sólo mantenerse sino incrementar progresivamente a lo largo de nuestra vida, se procura concientizar a todos los miembros de la familia acerca de la necesidad de una labor educativa y formativa permanente.
Asesorar: de modo que se encaucen adecuadamente las dificultades o problemas que se presenten en la dinámica familiar, así como en el desarrollo personal de cada uno de sus miembros. La asesoría es un tipo de intervención dirigida a proponer directrices adecuadas de convivencia y comunicación familiar que faciliten la resolución de las dificultades o problemas.
A modo de resumen, puede decirse que la orientación familiar constituye una forma de higiene profesional para cualquier familia, ya que procura el mantenimiento de las buenas relaciones entre sus miembros, así como el control de aquellos factores que ejercen o pueden ejercer efectos nocivos en ellas. Se trata, pues, de un primer nivel de ayuda profesional a las familias.
Sabemos, no obstante, que a veces se presentan situaciones bastante difíciles y conflictivas en la vida familiar. En dichos casos, es necesario pasar a un segundo nivel de ayuda terapéutica como veremos a continuación.
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La terapia familiar es un tipo de psicoterapia dirigida a ayudar a familias en situación de crisis, de modo que mejoren su comunicación interpersonal y resuelvan los problemas que están teniendo. Dependiendo de cada caso, las sesiones se desarrollan de manera conjunta con todos o varios de los miembros de la familia o bien, individualmente con cada uno de ellos.
La terapia de familia constituye, por tanto, la alternativa específica para el tratamiento de aquellos conflictos familiares que requieren de un apoyo profesional cualificado e imparcial. Es indispensable que el terapeuta conozca a fondo la interacción familiar, su dinámica, de modo que pueda proponer las soluciones idóneas en cada caso.
En la terapia familiar se fomenta la libertad y responsabilidad personales, es decir se promueve el protagonismo de cada uno de los miembros de la familia, especialmente de los padres. Por ello, se deja siempre bien claro que la ayuda profesional brindada es eficaz en la misma medida en que los padres primeramente y luego, los hijos, ponen todo su esfuerzo por vivir las indicaciones o medidas terapéuticas que se dan.
No cabe, bajo ningún concepto, estar a la espera de resultados positivos si no hay un trabajo personal serio y perseverante por parte de cada uno de los miembros de la familia. Pretender ello es equivalente a esperar resultados “mágicos”, y tal cosa carece totalmente de sentido.
En los párrafos precedentes hemos hablado del trabajo terapéutico que abarca a todos los miembros de una familia nuclear: padres e hijos. Ahora hablaremos de la terapia de pareja, es decir de aquellas sesiones de psicoterapia específicamente dirigidas a la resolución de las crisis o problemas que suelen presentarse entre quienes mantienen una relación sentimental, ya sean enamorados, novios o esposos.
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La terapia de pareja generalmente se inicia con una sesión conjunta de los interesados. Sin embargo, lo más común es que las sucesivas citas se efectúen por separado, con eventuales sesiones conjuntas. Esto se debe principalmente a dos razones:
1) que cada uno de los pacientes (él y ella) tienen aspectos distintos de su personalidad en los cuales deben mejorar o crecer y, por ello, conviene que cuente con su propio espacio a dedicación exclusiva por parte del terapeuta; y
2) para evitar que las sesiones aumenten el dolor interior en cada uno de los interesados o se generen nuevas discusiones, ya que al comentar el uno las cosas que le molestan del otro –o aquello que consideran ha sido motivo frecuente de problemas– tiende a expresarlo con una fuerte carga emocional y desde una perspectiva un tanto sesgada, la cual puede y suele ser notablemente distinta de la del otro.
Si bien es cierto que no se puede predecir el éxito de una determinada terapia de pareja, sí se pueden mencionar algunas condiciones básicas que aumentan notablemente las posibilidades de éxito como lo son: 1) la humildad y sencillez de reconocer los propios fallos; 2) una disposición auténtica de comprensión y perdón hacia el otro; y 3) acudir a las sesiones por voluntad propia, no por “cumplir” con el deseo del otro a recibir terapia ni tampoco por “miedo” a una ruptura inminente.
Para finalizar, es importante recalcar que cualquier tipo de ayuda profesional que se reciba, ya sea orientación familiar, terapia familiar o terapia de pareja, ha de estar basada en una sinceridad plena y una comunicación fluida entre el terapeuta y los interesados. Si algunos o todos los pacientes ocultan sucesos, costumbres o puntos de vista fijados de antemano (prejuicios), el profesional no dispondrá de la adecuada y necesaria información que le permita discernir correctamente y dar los consejos idóneos o proponer el tratamiento más adecuado.
Asimismo, el terapeuta ha de comunicar claramente las medidas a tomar para la resolución de los problemas, procediendo siempre con delicadeza pero también con firmeza y sin dejar de proponer aquellos cambios que sean necesarios, aunque resulten exigentes. Por ello, es fundamental que los pacientes tengan una honesta disposición de búsqueda y apertura a la verdad, la cual tiene una gran fuerza liberadora, ciertamente, pero también reclama mejoras en la propia conducta.
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