Fuente: Religión en Libertad (ReL)
Gianna Emanuela, junto a un retrato de Santa Gianna Beretta Molla sosteniendo en brazos a una de sus hermanas. Ella vive por la decisión consciente de su madre de entregar su vida por ella.
Santa Gianna Beretta Molla fue beatificada (1994) y canonizada (2004) por San Juan Pablo II. Médico y pediatra, entregó su vida por salvar la de la hija que esperaba, renunciando al adecuado abordaje quirúrgico del fibroma que le detectaron en el útero al final del segundo mes de embarazo. Murió una semana después de dar a luz por cesárea a Gianna Emanuela, quien explica que la santidad de su madre floreció en un matrimonio vivido junto a su esposo Pietro Molla como "camino hacia el Paraíso".
E incluso antes, en unas vidas entrelazadas y llenas de amor por el Señor, que siempre ocupaba el primer lugar. Si hoy la familia y el matrimonio son cada vez más perseguidos por el espíritu del mundo, la Iglesia con sus santos profetiza un camino lleno de luz y esperanza. Lo cuenta Costanza Signorelli en La Nuova Bussola Quotidiana:
Pietro Molla (1912-2010) pudo asistir a la beatificación (arriba a la derecha) y a la canonización (abajo a la izquierda) de su esposa Gianna Beretta (1922-1962).
Muchos conocen a Santa Gianna Beretta Molla por ese extraordinario gesto de amor que permitió que su hija naciera, al precio de su propia vida. Menos conocido, en cambio, es el hecho de que este sacrificio fue el sello a toda una vida santa y, sobre todo, a un matrimonio realmente santo. Es la propia hija, Gianna Emanuela Molla, la que no duda en definir a sus padres como dos "santos progenitores", pues está íntimamente convencida de que su amado padre era el "dignísimo esposo de una santa esposa".
Al hacerlo no quiere en absoluto anticipar un juicio que la Iglesia no ha expresado, sino que sencillamente pone voz al pensamiento que su madre, cuando vivía, habría manifestado en más de una ocasión. Hoy queremos, por tanto, conocer y amar la vida de esta "santa de la familia" bajo esta luz especial de la santidad matrimonial; santa en cuya proclamación la Iglesia ha demostrado, de nuevo, su naturaleza profética.
¿En qué momento histórico ha sido la familia más acosada y humillada que en el actual? ¿Hay acaso hoy testimonio más providencial que éste, en el que se presenta la cotidianidad del matrimonio como una auténtica vía de santidad?
Nacida en Magenta, provincia de Milán, el 4 de octubre de 1922, festividad de San Francisco de Asís, Gianna, además del don de la vida, recibe del Señor unos padres profundamente cristianos, Maria De Micheli y Alberto Beretta, ambos terciarios franciscanos. Bautizada como Giovanna Francesca, es la décima de trece hijos, cinco de los cuales mueren en tierna edad. Otros tres se consagran a Dios.
Gracias a estos primeros datos se comprende que el contexto de su familia de procedencia es profundamente religioso. En una carta del 22 de abril de 1955 a su prometido Pietro, Gianna habla así de su madre y su padre: "Mis santos padres, tan rectos y sabios, con esa sabiduría que es reflejo de su alma buena, justa y temerosa de Dios". Se comprende que para la santa la primera experiencia auténtica de Iglesia fue su familia, y la catequista más experta fue precisamente su madre: fue ella quien la introdujo en el conocimiento y el amor por el Señor, centro único de toda la vida, dentro y fuera del hogar.
La pequeña Gianna acoge de inmediato el don de la fe, al que se adhiere plenamente: "Con cinco años y medio -cuenta Gianna Emanuela-, recibe por primera vez la Santa Comunión y a partir de ese momento, junto a su madre, va todas las mañanas a misa para recibir el que rápidamente considera 'el alimento indispensable de cada día'". Así, la ferviente amistad con el Señor, que la niña Gianna respira en su familia, crece convirtiéndose en un amor profundo y personal junto a la mujer Gianna y, después, a la médico Gianna. Mientras tanto, nace en ella la urgencia de conocer su llamada personal en el plan de amor de Dios...
"De seguir bien nuestra vocación depende nuestra felicidad terrena y eterna". Con esta profundidad de conciencia e igual serenidad de espíritu, Gianna sigue rezando, y hace rezar, por su vocación. "Mi madre -cuenta Gianna Emanuela- deseaba conocer la voluntad de Dios para ella para así poder servirLe mejor. Pero no tuvo prisa, siguió rezando hasta que estuvo segura de la vocación a la que Dios la llamaba".
En esta fase de elección vocacional, como durante toda su vida, la oración fue para Gianna mucho más que fundamental: "Siempre rezó mucho -sigue su hija-, dando ejemplo a sus jóvenes de Acción Católica. Les decía: 'Recordemos que el apostolado se hace, sobre todo y ante todo, de rodillas'. Cada día rezaba el rosario porque, como había aprendido de pequeña en su familia, 'sin la ayuda de la Virgen no se va al Paraíso'".
En principio, precisamente por este amor que siente y que la hace poner a Dios siempre en el primer puesto, se consolida en Gianna el deseo de unirse a su hermano, el padre Alberto, médico misionero capuchino en Brasil, para ayudarle como médico y dedicarse plenamente a la vocación misionera. Pero el camino que el Señor ha preparado para esta joven no es este: Gianna no tiene salud para soportar el calor tropical de esas tierras. "Esto significa que el Señor te quiere para otra cosa", le repite su director espiritual, que la anima a formar una familia sana, siguiendo el ejemplo de sus padres.
"Así, sintiéndose llamada por el Señor a la vocación del matrimonio, mi madre la abrazó con toda su alegría y entusiasmo". ¿Y qué hace la joven santa, que aún no tiene prometido? "En junio de 1954, con casi 32 años de edad, mi madre viaja a Lourdes para rezar a la Virgen y pedirle que le haga conocer al hombre que debería ser su esposo, el que el Señor había dispuesto para ella desde la eternidad".
En este entramado de santidad, que se transmite de familia a familia como un valioso tesoro, se introduce perfectamente la figura del ingeniero Pietro Molla, es decir, del hombre que la Providencia sugerirá a Gianna como marido.
Nacido el 1 de julio de 1912 en Mesero, un municipio cercano a Magenta, también Pietro Molla, el cuarto de ocho hijos, recibe el don de dos padres profundamente cristianos. "Cuando conoció a mi madre -continúa Gianna Emanuela-, a la que le llevaba diez años, mi padre era un hombre de gran fe y virtudes extraordinarias. Pero sobre todo, como ella, había puesto al Señor en el centro de su vida desde que era muy joven. Puedo decir que mi padre sentía, por un lado, una gran dedicación por el trabajo y, por el otro, se sentía llamado por el Señor a la vocación del matrimonio y deseaba profundamente tener una familia.
Precisamente por esto iba cada día a 'su' pequeña iglesia de Ponte Nuovo (Magenta) para pedirle a la Virgen del Buen Consejo que le hiciera conocer 'una madre santa para sus hijos'".
"El Señor estaba llamando realmente a mis padres a la vocación del matrimonio como ellos pensaban: de hecho, la Virgen María escuchó sus oraciones y, aunque ya se conocían desde hacía cinco años, fue gracias a la Virgen que, por fin, sus hermosos corazones y almas se encontraron". A partir de ese momento empieza el noviazgo como un "tiempo de gracia", vivido con gran alegría y gratitud hacia el Señor y la Virgen María, y con la incansable oración de encomendar a la nueva familia que estaba naciendo.
Gianna Beretta y el ingeniero Pietro Molla se casan el 24 de septiembre de 1955 en la Basílica de San Martín, en Magenta (Milán). Pero, ¿qué significa para los dos enamorados celebrar el sacramento del matrimonio y formar una familia?
Esto es lo que escribe Gianna en su Pedrin d'or, diez días antes de la boda: "Amadísimo Pietro, gracias por todo. Me gustaría decirte todo lo que siento y tengo en mi corazón, pero no soy capaz de hacerlo. Tú, que ya conoces bien mis sentimientos, sabrás comprenderme. Amadísimo Pietro, estoy segura de que siempre me harás feliz como lo soy ahora, y que el Señor responderá a tus oraciones, porque han sido pedidas por un corazón que siempre le ha amado y servido con santidad. Pietro, ¡cuánto tengo que aprender de ti! Eres realmente un ejemplo para mí y por ello te doy las gracias.
Así, con la ayuda y la bendición de Dios, haremos todo para que nuestra nueva familia sea un pequeño cenáculo en el que Jesús reine por encima de todos nuestros afectos, deseos y acciones. Pedro mío, faltan pocos días y me siento tan conmovida por el hecho de acercarme a recibir el Sacramento del Amor: convirtámonos en colaboradores de Dios en la creación, dándoLe hijos que le amen y le sirvan. Pietro, ¿seré capaz de ser la esposa y madre que tú siempre has deseado? Lo deseo precisamente porque te lo mereces y porque te amo tanto. Te beso y te abrazo con todo mi afecto. Tuya, Gianna".
Y del mismo modo, Pietro le escribe antes del gran día: "Gianna amadísima, ... con la certeza de que Dios nos quería unidos, tú y yo hemos emprendido nuestra nueva vida. Estos meses han sido un crescendo de comprensión y afecto. Ahora nuestra comprensión es perfecta porque el Cielo es nuestra luz y la Ley Divina nuestra guía... Ahora nuestro afecto es pleno porque somos un sólo corazón y una sola alma, un único sentimiento y un único afecto, porque nuestro amor sabe esperar, fuerte y puro, la bendición del Cielo".
La hija Gianna Emanuela cuenta así la santa unión entre sus padres: "Leyendo y transcribiendo durante meses las cartas de mi padre a mi madre para su publicación, he comprendido que su amor podía ser tan grande, tan profundo y tan verdadero porque el Señor y la Madre Celestial estaban verdaderamente presentes y eran parte integrante de este amor, como de toda su vida.
Hay aspectos que me iluminan y me conmueven en lo más hondo: su fe profunda y su ilimitada confianza en la Divina Providencia, su profunda humildad, su inmenso amor recíproco -que les daba mayor serenidad y fortaleza-, su amor inconmensurable por nosotros, sus hijos, su gran estima recíproca, su continua comunicación y apoyo mutuo, sus intensas y constantes oraciones de agradecimiento al Señor y la Virgen María, su amor y caridad hacia el prójimo. Vivieron verdaderamente el Sacramento del Matrimonio como vocación y camino a la santidad".
Y será exactamente en este terreno fértil y fecundo de santidad donde, en sólo seis años y medio de matrimonio, Gianna y Pietro acogerán a seis hijos: dos irán al cielo mientras aún estaban en el seno de su madre, Mariolina a la edad de seis años, dos años después de la muerte de Gianna, mientras que la última será la gracia que permitirá a ambos sellar, aunque de forma muy distinta, su vocación común: dar la vida por amor.
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